Somos hijos del contexto y no hay que ser contextualista funcional para saberlo.

«Esos son cosas de la mente…» solemos decirnos para no necesitar indagar más, para dejarlo ahí, «es inexplicable» que pensemos o hagamos eso… .

Lo cierto es que todo lo que hacemos, pensamos y decimos tiene una explicación independientemente de que demos con ella o no. Y sí, con un análisis funcional de la conducta, solemos desgranar esas conductas (pensar, hablar, decir…) y damos con hipótesis que ayudan a la gente a entenderse, que es sin duda, el primer paso para cambiar.

Pero claro, ¿de dónde viene esto?

Pues ya lo veis, de un señor del s. XVIII, claro, podría añadir a Freud, pero si tenemos la primera referencia, para qué complicarnos más.

Me hace mucha gracia escuchar a gente como Borja Vilaseca pensando que ha descubierto algo cuando parte de axiomas acientíficos propuestos en el Renacimiento. Realmente, a poco que uno se aproxime al conocimiento científico de la conducta puede sentir pena por la gente que cree en lo que dicen estos charlatanes más preocupados por su cartera que por ayudar o divulgar conocimiento útil para la gente.

La clave no es tanto si es verdad que la mente existe o no (que NO ES REAL) sino si verdaderamente necesitamos acudir a ese constructo para explicar las cosas que no entendemos. Ya os digo que no, que no necesitamos la mente, ni inventos, ni chacras, que desde los principios de aprendizaje podemos ofrecer hipótesis sólidas que expliquen hasta conductas esquizoides. ¿Lo sabemos todo? no, pero tampoco sabemos prever el 100% de las veces el tiempo que va a hacer mañana y por eso no recurrimos a destripar a un animal a ver qué nos dicen los dioses sobre si va a llover mañana.

La conducta es compleja pero eso no significa que sea inexplicable y mucho menos que no podamos modificarla, podemos empezar por dejar de creer estas cosas que en muchas situaciones nos impiden solucionar problemas porque desviamos el foco de dónde tiene que estar nuestra atención.