Que las reuniones de trabajo son (casi) por definición, demostraciones de autoridad – a veces, se convierten solo en eso- creo que admite poco debate.

Todos en algún momento hemos experimentado un papel de sumisión o hemos ejercido nuestra autoridad jerárquica en el desarrollo de la misma en función de nuestro rol en ese submundo que se crea inmediatamente al dar comienzo una reunión.

Es en ese contexto donde pueden surgir de manera más o menos explícita la ironía y la mayéutica socrática.

La ironía socrática se activa cuando, fingiendo que no sabemos nada de un tema, nos acercamos a nuestro interlocutor con una pregunta muy básica (la primera premisa para buscar la verdad es reconocer que no sabemos) . Nuestro interlocutor, supuestamente, experto en el tema, nos da una respuesta. Tras halagar su conocimiento, planteamos un ejemplo concreto que no se ajusta a la definición que nuestro interlocutor nos ha dado. Así seguimos en una conversación hasta que nuestro interlocutor reconoce que efectivamente, no sabe del tema.

Pongamos un ejemplo en el ámbito de la comunicación:

– Sócrates: Así que este plan que me has propuesto está centrado en hacer una comunicación que “genere valor” a mi compañía ¿qué quiere decir eso?

– Consultor: Bueno, se trata de hacerlo mejor de lo que lo estáis haciendo.

– Sócrates: ¿Mejor? Genial, suena bien pero ¿en qué se diferencia de lo que hemos hecho antes?

– Consultor: Bueno, por ejemplo, alinear lo que sois a lo que comunicáis o conquistar más audiencias.

– Sócrates: Pero, mi empresa trata de conseguir que la gente entienda la mayéutica y es lo que hemos comunicado siempre ¿y si se trata de llegar a más gente? ¿No generaría más valor patrocinando un espacio en Sálvame?

Este diálogo podría alargarse hasta el infinito y el consultor, o consigue dar una definición de “generar valor” que sea entendible e irrefutable o tendrá que referirse a otros elementos más tangibles y reconocer que “aportar valor” puede suponer muchas cosas en función de a quién le preguntes y que, efectivamente, no sabe qué significa.

Una vez reconozcamos que no sabemos nada, podemos activar la mayéutica. Aquí se establece un diálogo donde Sócrates a través de las preguntas afirmaba que podría conseguir que cualquiera llegue a la conclusión más elevada. Por simplificar mucho: Sócrates defendía que existía una verdad universal que habitaba en nosotros y solo había que «sacarla».

Lo cierto es que la mayéutica mal entendida puede acabar derivando en una manera de conseguir que el otro llegue a la misma conclusión que tú, entendiendo que tú tienes la verdad. ¿Nunca habéis sentido que alguien os hace preguntas para que acabéis contestando lo que la otra persona quiere? ¿Nunca lo habéis hecho vosotros mismos?