¿Es la alegría una decisión o una consecuencia? Víctor Küppers, en una reciente entrevista, afirma que “la alegría es una decisión, no una consecuencia”. Esta entrevista me llegó al correo minutos antes de mi intervención en la radio. Tras leerla, se me ocurrieron tantos comentarios que decidí dejar de lado el tema que llevaba preparado y centrarme en la entrevista. Vamos a desgranar sus afirmaciones.

Las emociones: Una cuestión de contingencias, no de decisiones

Las emociones son respuestas que dependen del contexto y de la historia de aprendizaje. Cuando hablamos de «contingencias», nos referimos a las relaciones entre lo que hacemos, lo que ocurre a nuestro alrededor y las consecuencias que obtenemos. Es posible que pienses que hay veces que vas caminando por la calle y sin ningún sentido sientes alegría o tristeza, esas emociones tampoco «salen» de dentro, algo ha tenido que elicitarlas, y siempre será un estímulo que venga de fuera. Un anuncio, por ejemplo, puede evocarte un antiguo trabajo, que a su vez puede hacer que se te acelere el corazón y te vengan recuerdos desagradables. Precisamente porque tenemos un lenguaje, un vehículo sofisticado, somos capaces de asociar cualquier estímulo con cualquier recuerdo, provocando una reacción.

Decir que alguien puede «decidir» ser alegre ignora estas dinámicas. Si el contexto en el que alguien vive está marcado por eventos desagradables o falta de metas o caminos que nos ayuden a transitar la vida, pedirle que “decida” ser feliz no solo es inútil, sino que puede aumentar su sensación de culpa o fracaso. Las emociones no son mágicas; son una interacción funcional con el entorno.

La falsa dicotomía del «gestionar emociones»

Küppers propone que las opciones ante la tristeza son resignarse o «gestionar emociones». ¿Cómo puede simplificar de esta manera? Es más, ninguna de esas dos propuestas es realmente efectiva, mucho más útil entrenar la Aceptación.

Aceptar las emociones significa reconocerlas sin intentar controlarlas obsesivamente ni permitir que dominen nuestras acciones. Esto no implica pasividad, sino actuar en función de lo que es valioso para cada persona, independientemente de las emociones presentes. Por ejemplo, aunque sientas tristeza, puedes seguir cuidando de lo que te importa, como tus relaciones personales o tus proyectos.

El humor: Más que una herramienta motivacional

Küppers menciona el humor como clave para la alegría, pero no aborda su verdadero poder desde un enfoque científico. El humor puede funcionar como un proceso de contracondicionamiento, que consiste en transformar estímulos que a priori podrían considerarse neutros (un restaurante donde te pasó algo desagradable y ya no quieres volver, un jefe que te trató mal, un compañero que te humilló) que a día de hoy, te hacen sentir mal solo con imaginarlos. Si alguien pudiera hacerte reír recordando esas situaciones, es más probable que puedas volver a ese restaurante o tolerar que nombren a esa persona que te hizo daño. Es una herramienta brutal.

Cuando algo desagradable nos ocurre y alguien hace una broma que nos hace reír, ese recuerdo puede asociarse a la risa generada por el comentario. Esto puede reducir el impacto emocional negativo del evento. Este mecanismo, respaldado por décadas de investigación, va más allá de simplemente «hacer reír»; es una herramienta poderosa para transformar cómo nos relacionamos con nuestras experiencias. Los analistas de la conducta, somos más efectivos porque sabemos qué hacemos, por qué lo hacemos y qué deberíamos conseguir. Eso nos permite saber si algo funciona, corregir, cambiar de estrategia si fuera necesario y no volver a cometer errores.

¿Por qué importa todo esto?

Cuando figuras públicas como Küppers, Emilio Duró o Marian Rojas Estapé promueven ideas simplistas sobre emociones y bienestar, contribuyen a una cultura de culpabilización y soluciones vacías. Decir que la alegría depende exclusivamente de la actitud personal perpetúa la idea de que quienes sufren lo hacen porque no «quieren» cambiar. Este tipo de mensajes ignora las bases científicas del comportamiento y las emociones, y desvía la atención de intervenciones realmente útiles y efectivas.

Un cambio basado en evidencia

Desde el análisis de la conducta, sabemos que las emociones son parte de un sistema más amplio de interacciones entre nuestra conducta y nuestro entorno. No necesitamos frases motivacionales; necesitamos cambios en la manera en la que nos relacionamos con las emociones, cambios en el contexto y también entender qué es lo que nos mueve para poder dirigir nuestros pasos.

La ciencia nos ofrece herramientas para entender y modificar estas dinámicas, logrando cambios reales y sostenibles. En lugar de culpar a las personas por no “elegir” ser felices, debemos centrarnos en cómo estructurar ambientes que promuevan su bienestar. Porque nuestras conductas (en las que incluimos emociones) son siempre respuestas a nuestro contexto, no a decisiones aisladas o mágicas.