Entender los principios de aprendizaje puede ser profundamente revelador. Nos permite desentrañar por qué hacemos lo que hacemos y cómo ciertos patrones de comportamiento influyen en nuestra vida diaria. Sin embargo, este conocimiento no nos exime del sufrimiento. Saber por qué algo duele no hace que deje de doler.

Entender la ley de la gravedad no te impide caer

Un ejemplo claro es entrar en un estado depresógeno (permitidme que hable así de la depresión por entender que no es algo que esté dentro de las personas). Incluso con un entendimiento detallado de las lógicas que subyacen a este estado —como los ciclos de refuerzo y evitación que lo perpetúan—, atravesar esa experiencia sigue siendo una de las pruebas más difíciles que alguien puede enfrentar. Reconocer que nuestro comportamiento está influido por las cosas que nos suceden fuera, no nos libera de las emociones que lo acompañan.

Esta paradoja, entre entender el sufrimiento y experimentarlo de igual forma, se amplifica para quienes trabajamos con el análisis de la conducta. Sabemos que muchos de los problemas que enfrentamos como sociedad tienen su raíz en cómo hemos aprendido a comportarnos. Desde conflictos sociales hasta hábitos individuales dañinos, las respuestas están ahí. Conocemos las leyes que rigen la conducta y cómo modificarlas, pero enfrentamos una realidad frustrante: el cambio a gran escala no es fácil de implementar, y las resistencias son demasiadas.

Además, dentro de nuestra propia comunidad de analistas de la conducta, encontramos incoherencias. He visto a colegas con comportamientos machistas, clasistas o contradictorios con lo que promueven. Esto es especialmente frustrante porque son personas que tienen acceso a herramientas científicas capaces de superar esos prejuicios. Pero, una vez más, tener el conocimiento no siempre equivale a usarlo de manera efectiva.

Reflexionar sobre esto no es una invitación al pesimismo, sino un recordatorio de que el cambio es un proceso complejo. Entender nuestras conductas y las de los demás no nos hace inmunes al dolor ni a las limitaciones humanas, pero nos da una brújula para navegar en ese camino. A fin de cuentas, es un trabajo que vale la pena, incluso si los resultados no siempre son inmediatos.