Se murió Aubrey Daniels, un tipo al que nunca conocí.

No sé prácticamente nada de su vida, vivió a decenas de miles de kilómetros de distancia y, sin embargo, me ayudó más que muchas con las que sí he tratado en persona

«Qué triste comprobar que solo tuve ídolos de barro», canta el Nega en Retales de mi cuaderno. Y es cierto. Con el tiempo, aprendemos a idealizar con cautela a quienes admiramos pero no conocemos. Por eso, lo único que puedo decir con total certeza sobre Aubrey Daniels es que su trabajo ha sido fundamental en mi proyecto.

No puedo decir mucho más sobre él, pero alguien que sí le conoció me dijo cuando le escribí para darle el pésame que fue «una persona maravillosa». Y creo que eso es lo máximo que se puede decir de alguien: que dejó una huella positiva en quienes le rodearon.

En mi caso, su impacto fue tan grande que me llevó a intentar algo que, en retrospectiva, suena casi disparatado. Tras una reunión con un IBEX 35, me dijeron que, para entrar en su ecosistema, debía hacerlo como empresa, no como autónomo. En mi cabeza, la solución era evidente: contactar con la consultora de Aubrey Daniels en EE.UU. y tratar de traer su propuesta a España.

Era una idea ambiciosa, sí, pero claro, poco realista, aunque bien mirado en mi historia de aprendizaje he conseguido cosas que con retrospectiva, me siguen pareciendo «poco realistas» 🙂 Hablamos, intercambiamos correos, y aunque el proyecto no era viable en ese momento, me hace mucha ilusión mantener algún contacto de tanto en tanto. Más allá de lo que pasó en aquel entonces, lo importante es lo que pasó conmigo: su trabajo me hizo entender el liderazgo de una forma que ninguna otra fuente había logrado.

La magia de Aubrey Daniels no está en vender grandes frases o motivaciones vacías. Está en hacerte ver lo que es evidente, pero que nadie te había explicado bien hasta ahora. No hace falta ser analista de conducta para entenderlo; basta con leerle con atención y comprobar, en la propia experiencia, la brutalidad de su enfoque cuando lo comparas con lo que normalmente se enseña en liderazgo.

Admiraré siempre su trabajo. Y como ateo, no aspiro a conocerle nunca, pero tampoco lo necesito. Su legado está ahí, y su obra demuestra algo fundamental y que ya podemos poner en marcha: que es posible liderar sin infundir miedo, que medir el desempeño de forma objetiva reduce los errores al dar un ascenso, y que diseñar políticas de incentivos basadas en lo que sabemos sobre la motivación —no en intuiciones— puede transformar radicalmente una empresa.

No nos conoceremos nunca, Aubrey pero qué suerte haber nacido después de ti.