Cada vez que intentamos hablar con rigor sobre el concepto de las Personas Altamente Sensibles (PAS), nos enfrentamos a un dilema. Si simplemente decimos que «no existe», muchas personas que se identifican con esta etiqueta pueden sentir que estamos negando su experiencia, su manera de sentir el mundo. Y eso no sería del todo justo.

Porque claro, sí existen personas que responden emocionalmente de manera muy intensa. Eso es un hecho. Pero aquí es donde debemos hacer una distinción fundamental: no podemos afirmar que esto sea una condición innata. Y mucho menos que pueda determinarse a través de un simple cuestionario de autoevaluación. Con la evidencia científica disponible a día de hoy, no hay pruebas de que ser PAS sea una característica biológica que alguien pueda traer «de fábrica».

Pero hay algo aún más importante: tampoco necesitamos esa etiqueta para entender lo que ocurre.

Desde el Análisis Funcional de la Conducta, sabemos que lo relevante no es ponerle un nombre a cómo nos sentimos, sino comprender por qué reaccionamos de determinada manera y, sobre todo, qué podemos hacer al respecto. Etiquetar a alguien como PAS no le ofrece herramientas para afrontar su malestar; solo le da un marco teórico (sin base científica) que muchas veces refuerza la sensación de inevitabilidad, de «soy así y no hay nada que hacer».

¿Para qué sirve decirle a alguien que es PAS?

Para nada útil. No ayuda a las personas, pero sí ayuda a quienes venden cursos, libros y promesas basadas en explicaciones sin evidencia. No es la sensibilidad lo que está en juego, sino un negocio basado en mitos.

Ahora bien, volvamos a lo que sí sabemos con certeza. Existen personas que experimentan emociones con gran intensidad, sí. Pero en lugar de asumir que nacieron así, deberíamos preguntarnos: ¿Qué experiencias han vivido para responder de esta manera? ¿Qué eventos en su vida han moldeado esa sensibilidad? ¿Qué factores mantienen esos comportamientos que, en algunos casos, pueden llegar a generar sufrimiento?

Siempre hay esperanza

Lo importante aquí es que no necesitamos diagnósticos sin base para ayudar a las personas a entenderse mejor. Sabemos que el cambio es posible. No hay una esencia inmutable que nos condene a vivir de una única manera. Si aprendimos a sufrir, también podemos aprender nuevas formas de gestionar ese sufrimiento.

Así que no dejemos que nadie nos convenza de lo contrario. Y menos aún cuando no tienen ni una sola prueba para sostener sus afirmaciones.